El periodismo sin enfoque de género, la necesidad de las transversalización de la información

Quizá no tenga tanta fuerza el relato de la función «objetiva y neutral» históricamente asignadas a los medios masivos de comunicación, aunque aún hoy la mayoría de las personas creen que lo que figura allí es «palabra santa».

¿Qué pasa cuando detrás de esa forma de escribir, decir o redactar (construir) la información, se ocultan las relaciones de poder de algunas personas sobre otras?

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Aunque no parezca naturalizamos actos, estilos y prácticas sociales que tomamos del imaginario social y aplicamos a nuestra vida en comunidad. Los medios masivos son una gran fábrica de representaciones sociales y estereotipos, que son a su vez posibilidades de formas constitutivas de seres sociales.

El ejemplo del machismo (endocéntrico) y el intenso trabajo de organizaciones sociales feministas para hacer visibles los derechos de la mujer, son algunas muestras de lo evidencia en su trabajo la antropóloga argentina Rita Segato, y que forman parte de las condiciones de reproducción (además del carácter pedagógico de la violencia) de la jerarquía de género de los varones sobre las mujeres.

Dependiendo las regiones hubo avances en términos de políticas de Estado que buscan achicar esta diferencia que se quiere reforzar desde los medios. Como la ley de matrimonio igualitario, la nueva ley civil y comercial, la ley de medios de comunicación audiovisual, la asignación universal por hijo (en Argentina); y la ley del aborto uruguayo, son ejemplos de ello.

Pero esto no alcanza si no es acompañado de políticas desde los medios de comunicación.

Para garantizar una sociedad justa y con igualdad de género, también en términos de acceso a la formación e información desde los medios masivos, se vuelve totalmente necesario pensar a la comunicación y los discursos que allí circulen de forma transversal. Es necesario que el periodismo y los demás artes comunicacionales incluyan en su tratamiento de la información el enfoque de género.

El «otro» del amor o del odio

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En toda época hubo quienes, reconociendo una modo de pensar hegemónico o dominante, eligieron criticarlo para dar cuenta de una parte más amplia de lo que se trataba de mostrar. Ampliar el foco, o bien, colocarlo en otro punto. A veces en posiciones completamente diferentes al sentido que se QUIERE dar.

En este sentido nadie duda de la importancia que tuvo el siglo XX para las realidades que hoy se construyen. El paso de la Edad Media a la Moderna significó una gran avance en términos de libertades humanas, pero como toda otra cara de la moneda un gran retroceso. Eso si ampliamos el foco, que nos lleva a ver como importante sólo el hecho que las personas a partir de ése momento empiezan a usar su razón como argumento. Y ya no tanto la voluntad de sus dioses, o sea, el conocimiento y su transmisión deja de estar en manos de la iglesia.

 En la primera mitad de dicho siglo muchos intelectuales participaban en el proceso de institucionalización de las Ciencias Sociales, en un momento histórico donde era necesario conocer las sociedades modernas (las migraciones del campo a la ciudad obligaban a hacerlo). Conocer para saber, pero también para dominar.

No sólo las sociedades modernas, tengamos en cuenta que este es momento también de colonizaciones, es decir, también forma parte del proceso civilizatorio moderno la extensión del poder de las principales nacionales europeas. En búsqueda de nuevos recursos para explotar.

Nacen así ciencias como la Antropología, la Política, la Economía (sistema capitalista), la Historia, etc..

Paralelamente a la Psiquiatría de la ciencia médica (ciencia natural), empiezan a circular obras que dan cuenta del nacimiento de una ciencia social que no tiene prestigio (como casi toda ciencia social) por no estar bajo el paradigma estructural (no es una ciencia «dura», y por eso es discriminada desde el principio) y su creador o principal referente es Sigmund Freud: la Psicología.

Ciencia que cuesta institucionalizar, y que va a llevar su tiempo, cuando muchos años después (mitad del siglo XX) el francés Jacques Lacan retoma muchos de los trabajos realizados por Freud, para darles otra orientación, o bien, para explicar otras cuestiones y relacionarlos.

En el libro «El malestar de la cultura«, Freud analiza las razones por las que el hombre no es feliz en la vida en sociedad, es decir, la vida cultural. Es importante resaltar que escribe en un período entre guerras, cuando se caen los argumentos iluministas que creían que los problemas de la humanidad (que desembocaron en las revoluciones europeas) iban a desaparecer mediante el uso de la razón humana, volcado o instrumentado por el uso de la misma en la ciencia.

Freud enumera como razones principales del malestar humano: la supremacía de la naturaleza (todo lo que el hombre por más que se esfuerce no puede dominar); la caducidad de nuestro propio cuerpo (el caracter finito del ser vivo); y la imposibilidad del equilibrio social. O «el otro», siendo más simples.

«El otro» que puede ser el otro del amor (el eros); o bien el otro del odio (o thanatos).

Este punto de vista le sirve para explicar que las pulsiones sexuales (relaciones libidinales) son instintuales, por ende, incapaces de gobernar. Eso sirve para entender por qué en un momento donde se pensaba que lo social se podía dominar, como todo lo humano, nadie legitimaba a Freud y sus escritos. Y por qué tardó tanto tiempo en tener valor teórico.

En resumen: el malestar humano se debe a que las personas no pueden lograr que TODOS sus instintos consigan satisfacerse, cuando el principio de felicidad (tratar de lograr conseguir la mayor de las experiencias felices posibles) choca con el principio de realidad.

La cultura nos ofrece posibilidades, pero también imposibilidades. Uno de los mayores trastornos para las personas es cuando sus propios instintos son coartados a su fin, es decir no son satisfechos.

Freud también pudo observar, que esto no es «gratis» para los y las sujetos. Cuando un instinto es coartado a su fin las personas tienen dos vías posibles de hacer algo: o se introyecta generando un sistema de vigilancia que regulará sus actos (súper yo); o se proyecta hacia afuera en forma de violencia (o pulsión de muerte).

Es importante tener en cuenta esto, porque desde siempre hubo un ideal de ser humano, un ideal de sociedad, y detrás se esconde el poder que se quiere presentar objetivo, inocente, plural. Todavía hoy se quiere reforzar constantemente el relato del progreso, de llevar mediante conceptos y prácticas, a una determinada civilización mediante determinado desarrollo. Que fue incluyendo a unos pocos y dejando afuera a muchos otros.

La versión hegemónica del mundo, el «ideal civilizatorio» racista del ser humano… androcéntrico y heteronormativo, patriarcal, blanco, propietario; el otro del odio… EN MI LISTA NEGRA: